Esta importante talla es un buen ejemplo del movimiento espiritual extendido en la Edad Media en el que se propugnaba la implicación afectiva del fiel con los personajes sagrados. Uno de los temas más populares fue éste, que comenzó a extenderse a finales del siglo XIV y que representa a las tres generaciones de santa Ana, la Virgen y el Niño. A esta santa se la consideraba como patrona del matrimonio, la fertilidad, los alumbramientos y las madres de familia; actuando también como intercesora en las oraciones de los devotos para poder tener hijos o facilitar los partos, a la vez que se le rogaba por los no natos.
 
Aunque también existen versiones en que las figuras aparecen de pie, la forma más común de representarla es esta en la que santa Ana aparece representada como trono de la Virgen y ésta a su vez el del Niño Jesús. Propio de la imaginería de la época es la expresión hierática y frontal de las figuras, alejada del naturalismo, aunque ya se aprecia en esta pieza un cierto sentimiento de humanidad y ternura en el gesto afectivo en el que María entrega una fruta a su Hijo y como éste dirige la mirada hacia su madre. Es relevante el anacronismo de este tipo de representaciones puesto que, según la tradición, santa Ana falleció antes del nacimiento de Cristo.